I N C E S T O

BIBLIOTECA SOPENA


EDUARDO ZAMACOIS
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I N C E S T O

NOVELA ORIGINAL

[Illustration: colofón]

BARCELONA
RAMÓN SOPENA, Editor
PROVENZA, 93 A 97

Derechos reservados.

Ramón Sopena, impresor y editor; Provenza, 93 a 97.—Barcelona

INCESTO

CAPÍTULO: I, II, III, IV, V.

I

Mercedes dió las buenas noches y salió: iba triste, algo pálida, con lasojeras violáceas y la mirada errabunda y brillante de las mujeresnerviosas a quienes el tósigo de una obsesión impide dormir tranquilas;y los dos viejecitos permanecieron sentados, contemplándose con airemelancólico.

Él ocupaba un cómodo sillón canonjil de ancho y sólido respaldar. Era unanciano como de sesenta años, envuelto en una bata obscura que caía a lolargo de su cuerpo alto y enjuto formando pliegues de majestuosaseveridad sacerdotal; el pecho era angosto, el busto débil se encorvabahacia adelante, obedeciendo a esa viciosa propensión física de laspersonas que envejecieron sentadas, y sus manos, bajo cuya piel rugosaserpeaban grandes venas azules, asían los brazos del sillón con afiladosy amarillentos dedos de convaleciente.

Aquel cuerpo blandengue, enfermizo y tan para poco, contrastabapoderosamente con la cabeza; una cabeza apostólica que recordaba la deErnesto Renán en sus últimos tiempos, y en la que aparecían acopladas lanoble majestad de la vejez y la bizarra gallardía y el vivir heroico dela juventud.

Tenía la frente de los grandes pensadores, alta, bombeada y prolijamentesurcada por el pliegue vertical de la reflexión y las arrugashorizontales que trazan paralelamente los largos esfuerzos imaginativos.Aquella frente entristecida por la ancianidad era una confesión, lanovela de un hombre muy vivido, la página más conmovedora y elocuente deuna obra maestra: frente serena y grave que seguramente concibióperegrinos pensamientos, que sintió muy hondo y padeció decepcionescrueles recorriendo la dolorosa lira de las sensaciones: la ambición,enemiga del sueño, el odio mortal hacia el vulgo, adorador estúpido deesas medianías a quienes un caprichoso vaivén de la suerte colocó en elcenit de una popularidad inmerecida; las zozobras que preceden a losgrandes combates artísticos, el inexpresable contento de las esperanzasrealizadas, el torcedor recuerdo de las ilusiones perdidas... y que,tras largos años de trabajo cruel, aparecía rugosa y marchita, como elvientre de las mujeres fecundas que parieron mucho. Las cejas eranblancas, fuertes y pobladas; los ojos azules y hermosos, tenían el mirarinmóvil, firme y soñador de los espíritus retraídos entregados ainterminables soliloquios; la nariz aguileña, los labios finos ynerviosamente cerrados, el rostro dantesco, seco y enjuto, sin pelo debarba ni resquicio de bigote, y sobre las orejas se abarquillaban loscabellos sedosos y blancos, simulando con bastante exactitud la forma delas antiguas p

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